El autoconsumo, la posibilidad de consumir la electricidad que producimos nosotros mismos, supone una auténtica revolución en la forma que entendemos el sistema eléctrico hasta ahora. No es la única pieza que va a dirigirnos hacia un modelo energético sostenible accesible y en manos de la ciudadanía porque no es accesible a todo el mundo, pero desde luego va a ser una muy relevante.

El autoconsumo es una nueva forma de relacionarnos con electricidad. Hasta ahora, lo normal era que consumiéramos electricidad que viene de la red eléctrica, de un sistema único y centralizado y una energía generada, a menudo, a cientos de kilómetros de los lugares donde se consume.

Es un sistema que tiene algunas ventajas porque permite tener asegurada la electricidad en todas las esquinas del país, aunque vivamos lejos de una mina de carbón o en un piso sin sol. Pero también tiene notables inconvenientes: nos hace muy dependientes de unas pocas centrales de generación (que pueden fallar y generan impactos terribles en los territorios en los que se asientan) y deja nuestro abastecimiento eléctrico en manos de media docena de empresarios eléctricos. También obliga a tejer larguísimas redes eléctricas, con un notable impacto ambiental en el territorio, y que además tienen unas grandes pérdidas eléctricas, que se estiman en el 10% de la producción: las redes de distribución hacen que se pierda, poco más o menos, el equivalente a la electricidad que consumen unas seis millones de familias en España.

A diferencia de este sistema tradicional, el autoconsumo fotovoltaico permite un abastecimiento cercano, renovable y en manos de las personas, un elemento clave para el cambio de modelo energético: se calcula que en los próximos años se instalarán en España unos 100 MW en pequeñas instalaciones de autoconsumo. Instalaciones que además no están concentradas en unos pocos lugares sino mejor distribuidas por todo el territorio, lo que reduce las pérdidas debidas a las redes de transporte. Este modelo de producción posibilita que la energía deje de estar exclusivamente en las pocas manos que pueden permitirse invertir en una gigantesca central de producción, para estar en manos de las personas, de muchas personas. Además, evita la emisión de gases de efecto invernadero, reduce el impacto ambiental de las infraestructuras energéticas sobre el territorio, genera actividad económica local, supone avanzar en la electrificación de la demanda energética y, sobre todo, nos hace más responsables de los usos energéticos: el tener una central eléctrica en tu propia vivienda te hace mucho más consciente del valor de cada kilovatio.

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