Nuestro compañero Santiago está tan contento desde que se desconectó del gas fósil que ha querido compartir su experiencia y algunos datos de lo más interesante. ¡Gracias, Santiago!

¿Cómo empecé a dejar de usar gas?

Santiago

El 23 de marzo de 2019 desmonté la caldera de gas de casa y una semana después cancelé, por fin, el contrato de gas (nota mental: ¿le llaman “natural” para que nos parezca que es un combustible fósil pero menos malo?). Es algo que tenía pendiente desde hace tiempo para desenchufarme definitivamente del combustible fósil y conseguir un hogar más sostenible; lo de tener la electricidad con mi cooperativa eléctrica renovable y contar con una cubierta fotovoltaica ayudan, claro, pero la calefacción suele ser el 70% del consumo energético de un hogar en estas latitudes nuestras, y saber que para calentarme en casa necesitaba quemar unos cuantos metros cúbicos de gas y emitir cada año cerca de 3 toneladas de CO2, no lo he llevado con paciencia.

Desde ese 23 de marzo, la calefacción de mi vivienda dejó de quemar combustibles fósiles para calentarme y se sustituyó por la energía calorífica de una bomba de calor, la unidad de aerotermia alimentada exclusivamente por electricidad y que desde la cooperativa estamos empezando a promover e instalar a los socios y socias que lo requieren. Hace ya más de doce meses de ese cambio en el sistema energético de mi vivienda, tiempo que me ha permitido comprobar tanto el confort que proporciona uno u otro modelo, como el coste económico y ambiental de ambas.

Qué es eso de la aerotermia

Aerotermia

La bomba de calor es un aparato que, en resumidas cuentas, toma el calor del exterior para transmitir su energía al circuito de la calefacción a través de un intercambiador que aprovecha el diferencial energético de los cambios de estado líquido-gas-líquido. Utiliza el mismo sistema que los aires acondicionados o la geotermia y explicar el proceso termodinámico por el que esto sucede excede lo que pretende este post, pero lo que nos interesa es el resultado: la bomba de calor coge el aire exterior a la temperatura que esté (sí… incluso aunque esté a -5ºC) y lo devuelve más frío, utilizando esa energía absorbida del aire para transmitirla al circuito de la calefacción.

Además de asegurar que esto funciona y que no es una quimera, lo que nos importa en este proceso son un par de cosas: la primera es que este sistema funciona eficientemente para calentar el agua de la calefacción hasta una temperatura máxima de 45º; esto es un limitante importante porque imposibilita el uso de este sistema para sistemas de calefacción de radiadores convencionales que funcionan a temperaturas de hasta 75º (pero atención, que hay también hay radiadores de baja temperatura que funcionan muy bien), siendo especialmente recomendado para instalaciones de suelo radiante. La segunda parte que nos interesa es el rendimiento de las máquinas, que reflejan el rendimiento entre los kWh que produce a partir de los que consume. Pues bien: mientras que la más eficiente caldera de gas tiene un rendimiento del 108%, una unidad de aerotermia lo tiene de entorno al 400%: eso quiere decir que por cada kWh eléctrico utilizado, la máquina produce 4 kWh térmicos, ¡una diferencia enorme gracias a la tecnología de la bomba de calor! Eso se traduce en un consumo bajísimo, como veremos a continuación.

Los resultados

Santiago 2

La última parte de esta historia es la más corta, porque no necesita mucho más: entre mayo de 2018 y abril de 2019, un año completo, en mi casa entraron 17.391 kWh  de energía externa; la suma de las facturas de gas natural y de electricidad, aplicando la conversión de 1 m³ de gas = 10,63 kWh. Entre esos mismos meses del año siguiente, con la unidad de aerotermia a pleno funcionamiento, entraron 6.049 kWh. O sea que para el funcionamiento de los aparatos eléctricos, iluminar y calefactar mi vivienda necesité, gracias a la bomba de calor, un 65% menos de insumos energéticos en un año, ¡una auténtica burrada! Y lo más importante es que ha sido sin perder una gota de confort térmico, porque la temperatura a la que han estado programados los termostatos de casa ha sido similar a la de otros años, o incluso superior en el caso del salón.

Si lo traducimos a euros, la diferencia tampoco es menor: entre electricidad y gas, en 2018 pagué 1.585,32 euros; el año siguiente, 978,46: casi un 40% menos. Si a eso le sumamos el coste anual de la revisión de la caldera y la instalación, con este cambio, cada año me voy a ahorrar en torno a setecientos euros, eso si los precios del gas no suben, claro.

Es verdad que un cambio de estas características supone una cierta inversión inicial, porque una unidad de aerotermia es notablemente más cara que una caldera de gas o de gasoil; pero el ahorro económico a largo plazo de una instalación que se amortiza en 5 ó 7 años, unido a la satisfacción de desenchufarte del gas fósil y de otra gran empresa del oligopolio energético, hacen que me parezca casi obligatorio al menos darle una vuelta a la posibilidad de desengancharse del gas y dar el salto a la aerotermia con electricidad de origen renovable para descarbonizar cada vez más nuestros usos energéticos: los resultados merecen la pena.

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